La reina más bella del mundo, primera parte

El castillo de Bellavista

Bellavista era un país triste. Las personas no conocían la felicidad, pero no lo sabían. La risa no existía, las sonrisas eran desconocidas.

Aunque Bellavista era un país pequeño, tenía todo lo que muchos países sueñan con tener. Tenía mares, bosques, tierra fértil, sol, lluvia, ríos, lagos, montañas, hasta contaban con un mini desierto que alcanzaba a darte la sensación de estar en el Sahara.

El orgullo del pueblo era su castillo. Un gran castillo con 11 cuartos, un gran salón de recepciones y un jardín bellamente cuidado.

En ese castillo no vivía alguien desde hacía mucho tiempo. Se contaban historias sobre grandes carrozas, de damas de vestidos anchos y caballeros de corbata de moño.

Las habitaciones del castillo sobrevivían de recuerdos, echando de menos la música, las voces y los pequeños romances que entre sus cortinas se habían vivido.

A Bellavista, además de la felicidad, le faltaba una reina.

¿Por qué no un rey?

¡Ah! Era magia. Nadie recordaba más la historia, pero el castillo sólo le abriría las puertas a una reina.

Varios reyes quisieron entrar como dueños entre sus puertas. Cuando lo intentaban, éstas no se abrían o si estaban abiertas, pronto se cerraban, como si un portero las estuviera empujando por dentro.

Hacía muchos años que la última reina, la reina Maria Eugenia, había fallecido. No había tenido hijas, sólo hijos. El castillo había cerrado sus puertas a todos ellos, haciéndolos salir del Bellavista cabizbajos.

Casi se me olvida contarte algo muy importante. En Bellavista sólo vivían personas de buen parecer, es decir, físicamente bellas. Si alguien pasaba por ahí que no era tan bien parecido, se sentía feo y se iba del país.

Eso hacía que Bellavista fuera un país vanidoso. Todos estaban preocupados con su belleza, tanto que se habían olvidado de ser felices, bueno, creían serlo, porque al verse en el espejo se observaban físicamente hermosos, ellos creían que eso era ser feliz.

Un día, un grupo de muchachas estaba sentado junto al río conversando.

¡Qué aburrida estoy! ⸺decía una

Ojalá pudiéramos bailar en el salón de recepciones del castillo” ⸺dijo otra.

¡Sí! ⸺suspiraron todas a coro

.. y bailar con un caballero de tierras lejanas ⸺dijo una tercera

ni sabemos bailar ⸺dijo la más pesimista de todas, ⸺no tenemos reina y el castillo esta cerrado.

Las cuatro amigas conversando junto al río

Volvieron todas a sus casas al atardecer, contando entre suspiros de su plática con sus familiares. En la noche cada una soñó que organizaban un gran evento y bailaban pasos que nunca habían bailado.

Mientras que, en otra parte, cansada después de viajar a pie muchas horas, encontró por fin refugio en una casa abandonada. La muchacha abrió la puerta y se acomodó a dormir en el primer sillón que encontró.

Al día siguiente las cuatro muchachas fueron a buscar al coordinador de la ciudad. Al salir de la reunión estaban todas muy contentas. Tanto el coordinador como ellas, sintieron por primera vez como su cara hacía un gesto, que tú, como persona conocedora, sabrías que era una sonrisa.

Mientras eso acontecía, entraba en el pueblo una muchacha, Analisa, obviamente de otro reino (no era tan bella ¿ves?), ofrecía trabajo a cambio de asilo.

Al día siguiente aparecieron por toda la ciudad placartes que leían:

CONVOCATORIA
Se convoca a todas las mujeres del país a postularse al puesto de Reina.
El primer lugar tendrá el honor de reinar sobre el país.
Atentamente el coordinador de Bellavista

Un murmullo se dejó escuchar por todos los rincones del país. Cada ciudad tenía esos letreros por todas sus paredes. La gente jamás hubiera pensado en esa posibilidad, simplemente escoger una reina.

¡Qué idea! ⸺dijeron los jóvenes, ⸺¡Qué divertido!, ⸺dijeron las damas pensando en sus vestidos, ⸺Nunca podrán encontrar a una persona entre todas las mujeres que reine como la reina Maria Eugenia, ⸺sentenciaron los más viejos.

Una abalanza de pedidos de vestidos le llegó a la costurera, que decidió darle hospedaje y trabajo a la extranjera, Analisa, que llegaba en el momento preciso para ayudar y ser testigo del gran evento.

Los preparativos comenzaron.

Clases de baile fue lo primero que se organizó para todos los habitantes.

Caballeros y damas con experiencia (que es una forma cortés de llamar a los viejitos) les enseñaron a todos los que se dejaron a hacer reverencia, cosa que muchos no habían tenido necesidad de hacer en muchas décadas (eso es cuando cuentas los años de diez en diez), a tomarse de las manos en posición de baile y a circular por el salón intentando no pisarse los pies unos a otros.

Analisa, para sorpresa de todos, bailaba muy bien. Ella se dejó llevar por el maestro al ritmo de vals por toda la plaza, (que es el único lugar donde cupieron todos los participantes), después turnándose a bailar con cada caballero, que se empujaban para bailar con la chica.

Comenzó la costura de todos los vestidos y trajes que se harían en honor al primer baile después de muchos años.

Analisa mantenía la cordura siendo siempre amable con todas las damas que se medían y querían volverse a medir, “¡no soy de ese tamaño, vuelve a medir!” le decían a la chica, Analisa con una sonrisa pícara, volvía a medir, diciéndole a la dama una medida más baja, pidiendo disculpas, pero anotando la medida correcta.

Además, Analisa tenía muy buen gusto. Les aconsejaba la manera más adecuada de vestir la moda.

La muchacha abrazó a muchos porque lloraban al ver que no podían pagar el vestido que querían. Ella les aseguraba y aconsejaba en cómo sacarle provecho a su bolsillo. Al final todos los clientes quedaron satisfechos y Analisa se hizo de muchos amigos.

A los niños, por su lado, no les quedó más opción que dejarse medir, probarse y no gritar mucho mientras eso acontecía. No se les forzó, sin embargo, a participar en la clase de baile; aunque tengo que decir que más niños de los esperados participaron, todos querían que Analisa les enseñara.

Analisa les tomaba las manos y con una sonrisa de oreja a oreja, les explicaba el 1, 2, 3 del vals o el 1,2,3,4 o el 1,2, 1,2 de otros bailes.

Los cocineros reales que habían estado de vacaciones todos eso años, fueron convocados para hacer un banquete digno de una reina.

Nuestras amigas (las que tuvieron el sueño) fueron encargadas de organizar el banquete. Escogieron menús, colores, y flores para adornar las mesas. ¿Adivinas a quién consultaban si tenían dudas?, claro está, Analisa, que siempre admiraba lo que habían escogido y con mucha delicadeza les indicaba lo que a ella le parecía más adecuado.

Así, Analisa comió desde pan hasta postres de chocolate; decoró varias veces las mesas con las amigas probando estas flores, ahora aquellas flores ⸺¿Y qué tal si combinamos lirios con manteles en color oro?” o “¿qué pasa si ponemos rosas con un color magenta en la mesa? ⸺Analisa tenía tan buen gusto que al final todas estaban muy contentas con haberla consultado.

Los músicos reales estaban dispersados por todo el reino, se tuvieron que buscar los nombres en las listas antiguas, mandarles invitaciones. Algunos estaban tan viejitos, perdón, eran tan sabios, que ofrecieron a alguno de sus alumnos como sustituto.

Los instrumentos de no haber sido tocados tanto tiempo estaban desafinadísimos, eso es que sonaban fuera de tono, ¡Uy! No sabes cuánto se tardaron hasta que pudiera salir un tono adecuado de cada uno de ellos.

continuará…

Para ti, de

Federica Miross

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Una respuesta a “La reina más bella del mundo, primera parte”

  1. […] la liga a la primera parte, tres amigas tienen el sueño de hacer un baile para el […]

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